En vísperas de una nueva Noche de la Nostalgia, esa fecha tan especial para la vida social del país, también es momento de recordar una política pública que cambió para siempre no solo la seguridad vial, sino también la forma en que los uruguayos nos relacionamos con las bebidas alcohólicas, porque hubo un cambio cultural más profundo que la propia seguridad vial.
Esta medida no surgió de un día para el otro. Fue el resultado de un proceso gradual y responsable. La primera medida en Uruguay se tomó en 1994, estableciendo un límite máximo de 0,8 gramos de alcohol por litro de sangre. Según el estudio del Dr. Guido Berro, en ese año el 38% de los fallecidos en siniestros viales tenían alcohol en sangre, mientras que las espirometrías realizadas en siniestros con lesionados mostraban un 26% de conductores con alcohol positivo. Esto muestra claramente que ñ, a mayor, presencia de alcohol, mayor severidad en los siniestros y que para los que son fatales prácticamente su prevalencia se duplica. Posteriormente, la Ley N° 18.191 de 2008 redujo el límite a 0,5 g/l, y luego se bajó a 0,3 g/l. Finalmente, en el segundo período de Tabaré Vázquez, el 28 de diciembre de 2015, se sancionó la Ley 19.360, consolidando la política de tolerancia cero, prohibiendo cualquier cantidad de alcohol en sangre para los conductores. Hoy, gracias a estas medidas, la presencia de alcohol se redujo al 6% en siniestros con lesionados y al 14% en siniestros fatales.
Uruguay fue pionero en la región. La Organización Panamericana de la Salud lo reconoció como ejemplo y lo resumió en una frase sencilla y contundente: “la única cantidad segura de alcohol al volante es cero”. Si miramos todas las campañas de seguridad vial en el mundo, ninguna promueve límites de 0,3 o 0,5 g/l; todas insisten en que la única forma segura de conducir es con cero alcohol en sangre. Expertos internacionales también destacaron el coraje de sostener una política basada en evidencia y en responsabilidad social.
Más allá de las discusiones, lo que realmente importa es lo que no pasó: las tragedias que se evitaron. ¿Cuántas familias se salvaron del dolor? ¿Cuántos jóvenes volvieron a casa gracias a esta norma?
Un logro tal vez subestimado ha sido el cambio cultural. Hoy, la mayoría de las personas planifica cómo volver a casa antes de salir: eligen un conductor designado, usan taxis, transporte público, aplicaciones de movilidad o servicios que llevan tu auto hasta tu casa. ¿Cuántos amigos, cuántas personas conocés que, al ir a un lugar donde no tenían pensado beber, terminaron ingiriendo alcohol y tomaron la decisión responsable de dejar el vehículo, irse en taxi y buscarlo al otro día? La sociedad entendió que no se trata de prohibir, sino de cuidarnos mutuamente.
Sin embargo, tengo la percepción de que se ha aflojado en materia de controles y ha disminuido la percepción del riesgo por parte de la población, lo que evidentemente conduce, sobre todo en la noche, a una mayor laxitud y a una menor conciencia del peligro. No debemos olvidar que la ley en nuestro país establece de forma obligatoria que se realice el control de espirometría a toda persona que participe en un siniestro, lo que ha permitido al menos sostener una política de controles, que no son solamente aleatorios, sino que se realizan de manera sistemática gracias a este mecanismo legal. Los datos lo muestran claramente: de lunes a viernes las espirometrías positivas se mantienen en un 3,5 %, los sábados suben al 10% y los domingos de madrugada alcanzan el 15%. Esto nos obliga a mantener la guardia en alto, porque no podemos permitirnos retroceder en una política que salva vidas.
Si bien intuitivamente podríamos pensar que durante los fines de semana hay un mayor consumo de alcohol y, por lo tanto, más espirometrías positivas, esto no es así en la Noche de la Nostalgia. Ese día, a pesar de que el consumo es claramente mayor, las tasas positivas de alcohol en sangre son menores que las de días normales de la semana, no superando el 3%, gracias a la difusión de la campaña nacional que coordina UNASEV y ejecutan todas las Intendencias del país y la Policía Nacional, y a la conciencia de la población sobre los controles. Este ejemplo evidencia que la prevención, la información y los controles efectivos tienen un impacto directo y concreto en la seguridad vial y por tanto en la menor siniestralidad.
Tampoco se cumplieron los pronósticos fatalistas sobre impactos negativos. Ninguno de esos pronósticos se verificó, no ocurrió un desmoronamiento de la industria de las bebidas alcohólicas, ni en la producción, ni en el consumo, como auguraban algunos agoreros. El consumo de alcohol se mantuvo en sus niveles normales, incluso se debe considerar que Uruguay es uno de los países con mayor consumo per cápita de bebidas alcohólicas y eso también debe ocuparnos, incluyendo cerveza, vino, whisky y otras drogas. Sin embargo, sí cambió la forma en que los uruguayos integran el alcohol a su vida social: la gente sigue usándolo, pero aprendió a separar el acto de beber del acto de conducir.
Claro que hubo críticas a la política de alcohol cero en el tránsito. Algunos la calificaron de “puritana” o “restrictiva”. Otros plantearon volver a los límites anteriores, relativizando el impacto del alcohol en la conducción. Incluso, durante la campaña electoral de 2019, el entonces precandidato Luis Lacalle Pou declaró públicamente que, de ser electo, impulsaría la vuelta al límite anterior de 0,3 g/l en sangre, planteando explícitamente derogar la política de alcohol cero (Subrayado, 2018). Algo que razonablemente abandonó cuando fue al piso 11 de la Torre Ejecutiva pues su propuesta de retroceso fue rechazada por especialistas en salud pública, por organismos internacionales y por buena parte de la ciudadanía, convencida de que no existe un nivel seguro de alcohol al conducir y dispuesta a defender los avances orgullosa de su país vanguardista en la política anti tabaco y de alcohol cero al volante.
En la noche del 24 y la madrugada del 25 de agosto, cuando las pistas de baile se llenen de recuerdos y alegría, también se pondrá a prueba nuestra madurez social. La consigna es clara: disfrutar, bailar, divertirse, “nostalgiar”, pero nunca de aquellos años en donde tomar alcohol y conducir eran sinónimo de dolor inconmensurable, de familias destrozadas, de muerte y muchísimo dolor; sinónimo de ausencias y sillas vacías para siempre.
Como legislador del Frente Amplio, reafirmo el compromiso con esta política que nuestros gobiernos impulsaron y defendieron con convicción. Porque gobernar no es complacer ni “quedar bien”: es cuidar y prevenir. Como decía Tabaré: “la salud pública no es para ganar aplausos, sino para salvar vidas”.
Que esta Noche de la Nostalgia sea una celebración de la memoria, la alegría y la vida.
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