La situación carcelaria vive una emergencia que no es nueva pero que empeoró en el último período de forma notoria y que no admite discusión alguna. La denuncia de este estado de situación ni es nueva ni oportunista, es tremendamente realista. Una realidad que no podemos seguir ocultando ni disfrazando con discursos que se reducen a titulares grandilocuentes pero vacíos de contenido.
La dignidad no admite ser parte de ninguna otra iniciativa que no se corresponda con la cruda y pura realidad, porque no hay otra salida que la de empezar a poner a andar la imaginación para que lo imposible deje de serlo y los espacios de reclusión sirvan para lo que imaginó el constitucionalista, un lugar donde la rehabilitación sea protagonista.
No estoy hablando de grandes hazañas ni mucho menos, sino de recuperar la memoria que parece haberse perdido en muy poco tiempo como para abandonar iniciativas que tuvieron su impronta y marcaron un rumbo posible. Tal es el caso del Polo Industrial de Santiago Vázquez, un lugar que se fue deprimiendo al punto de perder aquella impronta original que supo ostentar. Un lugar que luce sin brillo ni la rutina fabril que supo tener en sus orígenes.
¿Cómo pudo pasar que no se entendiera que aquella política penitenciaria era un camino cierto y real donde se respiraba ciudadanía y donde la privación de libertad se asemejaba al afuera? Un lugar en el que se dejaba ver un horizonte posible para el día después al encierro.
Hoy ese lugar dejó de ser lo que fue y lejos de aquel ritmo laboral los pocos emprendimientos que existen no son ni remotamente los que dieron impulso a un rincón diferente a cualquier otro dentro del sistema penitenciario nacional.
Ese lugar no nació por generación espontánea ni mucho menos, fue fruto de un germinador constituido en el Módulo 9 donde bajo la dirección de un oficial de policía comprometido, se instrumentó la transformación de un espacio carcelario que le devolviera la dignidad a los internos. Fue el puntapié inicial donde bajo el celoso contralor de Daniel Garay se empezaría a conformar un movimiento que pronto daría que hablar en el mayor recinto penitenciario del país.
Aquellos pocos internos que comprometieron su esfuerzo e interpretaron el sentir de aquel oficial, tuvieron que soportar un bullyng carcelario que impedía que un preso construyera celdas o soldara rejas como un código no escrito que pronto se empezaría a romper. No fue un recorrido fácil ni mucho menos, hubo que sortear aquellas críticas y se hizo con esfuerzo y mostrando que el resultado era en beneficio de los propios internos que podrían mejorar sus condiciones de reclusión y recuperar la dignidad perdida.
Aquel grupo inicial pronto se convertiría en los impulsores de una idea más ambiciosa como la de invitar a emprendedores particulares para que confiaran en la mano de obra privada de libertad para llevar adelante sus empresas y así construir juntos una alternativa posible de rehabilitación mediante el trabajo.
El impulso que le dio a aquella idea inicial tuvo socios que lo transformaron y potenciaron, Jaime Saavedra. Aquella oportunidad de poder aprender oficios y transformar el tiempo de ocio en una oportunidad fue una luz que se encendió hasta ser un inmenso destello en medio de tanta oscuridad.
Fueron cientos de privados de libertad que aprendieron a trabajar y otros que recompusieron sus hábitos perdidos por las adicciones o el delito. Fueron cientos los que construyeron un porvenir a partir de sus errores y así transformaron un rincón hostil en un lugar de oportunidades que supieron aprovechar.
Lamentablemente aquel paraíso como lo definiera un periodista es hoy un espejismo que se diluye rápidamente entre la falta de emprendimientos y la escasez de recursos que ostenta. Es momento de recuperarlo porque no podemos darnos el lujo de desperdiciar un centro como ese donde la vida en libertad tenía su mejor ejemplo y servía como espacio de pre-egreso de manera muy efectiva.
Es cierto que los recursos son muy escasos ante el explosivo incremento de la población penitenciaria, pero es en estos tiempos donde lo que debe abundar es la imaginación para encontrar una salida. Entonces, ¿que tal si nos imaginamos que viajamos en el tiempo y recordamos lo que fue el Polo Industrial de Santiago Vázquez no hace mucho tiempo?
Empecemos por la fabricación de bloques, un emprendimiento que no necesita de muchos recursos y que tiene un fin hasta social que puede impactar de forma más que positiva en los planes de vivienda que deberá emprender el Ministerio de Vivienda, por ejemplo.
Y así como esa es una posibilidad tangible otros ministerios podrán tener necesidades que puedan ser cubiertas con trabajo penitenciario. Imaginemos esto replicado en otros centros penitenciarios distribuidos por el país, donde también hay necesidades y urgencias al respecto.
Un sistema penitenciaro al borde de la implosíon necesita de estos espacios donde el trabajo sirva para descomprimirlo y el trabajo se convierta en un instrumento útil a la rehabilitación al tiempo que genera recursos para el interno y para el propio sistema.
Seguramente no sea esta la única idea posible, pero principio quieren las obras y el recuperar un espacio como el Polo Industrial me parece que sería un importante paso y un ejemplo a multiplicar por todo el sistema.
Graciela Barrera
Diputada
MPP – Espacio 609 – Frente Amplio
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