La ausencia del presidente no hace otra cosa que agudizar una crisis institucional que se agrava a cada minuto. Por Charles Carrera.
Ya nadie puede negar que lo que sucedió en las últimas horas, llevando a la renuncia del canciller Francisco Bustillo y a la posibilidad certera de que otros jerarcas del gobierno terminen destituidos, es de una gravedad extrema. No lo niegan desde filas del Partido Nacional; tampoco socios de la coalición multicolor como el caso de Cabildo Abierto, que por estas horas está evaluando los pasos a seguir.
Mientras tanto, cuando la casa está ardiendo, el presidente Lacalle Pou está de viaje en una misión oficial en Estados Unidos, y parece ignorar lo que sucede. Nada nuevo de parte de quien ha optado siempre por no hacerse cargo de lo que sucede y simular ignorancia o exceso de confianza en las personas equivocadas. Porque esa ha sido siempre la estrategia comunicacional de Lacalle Pou: hacerse el que no sabía nada, el que fue engañado en su buena fe, el que confió de más o el que se equivocó con las personas.
Yo me pregunto, ¿hasta cuándo va a seguir responsabilizando a otros y va a empezar a asumir su culpa en todo esto? ¿Cuán creíble será esta nueva intención de no asumir responsabilidades cuando esta vez fue su asesor personal, el señor Roberto Lafluf, quien convocó a la “famosa” reunión? Una reunión donde participaron la exsubsecretaria de Relaciones Exteriores, Carolina Ache, y el subsecretario de Interior, Guillermo Maciel, (junto a otros asistentes de ambas carteras), convocada para que borraran sus comunicaciones y se destruyera un documento público que acreditaba la existencia de estas.
¿El presidente de la República no tenía conocimiento de que a pocos metros de donde trabaja, en el mismísimo piso 11 de la Torre Ejecutiva, se estaba desarrollando esa reunión? ¿Por qué deberíamos creer que el presidente de la República no lo sabía, cuando —además— existe información acerca de que él mismo se apersonó a la misma, estuvo un rato y se retiró?
Quienes nunca tuvimos dudas del pleno conocimiento que tuvo el presidente —no solo de este acto de corrupción sino de todos los anteriores y en particular del caso Astesiano o la entrega del Puerto de Montevideo—, no nos llamamos a sorpresa. Pero quienes pudieron llegar a creer que el presidente actuaba siempre con la inocencia típica de una protagonista de un clásico de los hermanos Grimm, hoy ya no lo pueden afirmar.
Por todo lo anterior, estamos ante una enorme crisis institucional, que cae directamente sobre la debilitada credibilidad del primer mandatario. Por eso, no se necesita al presidente de la República viajando por los Estados Unidos y en solitario, ya que su ministro de Relaciones Exteriores tuvo que terminar renunciado. Se lo necesita acá, haciéndose cargo de este problema y dando la cara ante la ciudadanía. El pedido de explicaciones y acciones ya ni siquiera es una demanda de la oposición exclusivamente; proviene también de sus propias filas. Con esta crisis, por primera vez, se avizoran voces oficialistas que parecerían que ya no están dispuestas a seguir avalando los reiterados actos de corrupción perpetrados por el gobierno. Digo “parecerían” porque está por verse hasta donde están dispuestos a llegar.
Las anteriores son algunas interrogantes y reflexiones que pretenden ponerle un poco de luz a esta cadena de actos delictivos. Pero existen otras preguntas que nos llevan a la escala siguiente y a suponer que la realidad termina siendo mucho más grave de lo que parece.
Hasta ahora nadie sabe por qué motivo se complotaron desde el gobierno para ocultar lo de la entrega del pasaporte a Marset. ¿Valía la pena tal complot e intento de tapar la verdad aún a riesgo de que se destapara con estas terribles consecuencias como efectivamente está ocurriendo ahora? Parece raro y resulta aterrador pensar qué puede ser lo que esté del otro lado, porque Marset no es cualquier persona. Es uno de los narcotraficantes más peligrosos del continente, con vastos negocios en Paraguay y vínculos con círculos criminales muy poderosos de dicho país.
¿Existen otros que se beneficiaron de esta cadena de actos corruptos? ¿Qué era tan importante como para arriesgarse a entregar ese pasaporte a pesar que el Gobierno sabía muy bien que le estaba dando la libertad a Marset —“un narco peligroso y pesado”— con todas las chances de fugarse como finalmente ocurrió? Estas preguntas deberían responderse, pero lamentablemente el presidente de la República sigue de viaje y no se hace cargo de los problemas.
Su ausencia no hace otra cosa que agravar y agudizar una crisis institucional que se agrava a cada minuto. No resulta temerario afirmar, a esta altura, que a raíz de estos hechos existe un antes y un después en este gobierno. Veremos cómo se siguen desarrollando los hechos.
Publicada en Montevideo Portal el 2 de noviembre
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