Vivimos tiempos donde las tensiones ideológicas y políticas configuran el rumbo de nuestras sociedades. Una nueva ola de neoliberalismo reaccionario ganó terreno en diversos rincones del continente con la triple fórmula de: discursos violentos, políticas que pretenden desmantelar el Estado de bienestar; y una política de colonización cultural respaldada por el individualismo y el ilusorio éxito de la meritocracia.
Esta nueva cara del neoliberalismo fue hábil en detectar fallas reales de la democracia representativa. Una de ellas es el descrédito que genera una burocracia estatal percibida como ineficiente o paralizante. Sobre esa base construyen una narrativa peligrosa que propone demoler en lugar de mejorar. Basta mirar para Argentina.
Pero las consecuencias terminan siendo peores: sustituyen un aparato estatal con problemas deficitarios en lo económico por otro igualmente ineficiente, pero funcional a sus intereses: con concentración de la riqueza, expansión de los monopolios privados y desregulación disfrazada de eficiencia.
En Uruguay, estos fenómenos se empiezan a notar y el sistema político contribuye a su propia deslegitimación con la fricción permanente promovida por los más conservadores. No necesitan un programa elaborado; les basta con instalar una conducta, un estilo, y normalizar el odio como herramienta de poder.
Esta conducta, replicada desde los micrófonos, las redes sociales y los discursos parlamentarios, no hacen otra cosa que sembrar resentimiento y confusión en la ciudadanía, degradando el debate político. Frente a eso, quienes militamos desde la izquierda tenemos el desafío de defender la democracia.
La legitimidad democrática no solo viene de la mano de la defensa de las instituciones, sino también de la capacidad para solucionarle los problemas a la gente. Porque una institucionalidad que no logre ser funcional para atacar los problemas de la sociedad, se termina cayendo por su propio peso. Los desafíos de ayer son los de hoy: pensar una estrategia de desarrollo nacional con soberanía: industrialización, diversificación productiva, valorización del trabajo y fortalecimiento del mercado interno.
Para Uruguay, el desafío es doble: debemos avanzar sin perder nuestra identidad democrática, sin desbarrancar por la pendiente de los atajos, pero dando señales claras de transformación. La gente tiene urgencias. No basta con ser mejores que el gobierno saliente, debemos ser capaces de marcar un rumbo claro y responder con hechos concretos.
La esperanza no puede significar pasividad. Como decía Eduardo Bonomi, hay que tener paciencia, pero una paciencia activa. Una paciencia que camina, que siembra, que escucha, que construye sin pausa, que avanza sin soberbia. Porque el pueblo no espera indefinidamente, espera si siente que su voz es escuchada y percibe que existe un rumbo marcado.
Por eso, el Frente Amplio está convocado a ejercer, comunicar, explicar y administrar la paciente impaciencia del pueblo uruguayo. Debemos avanzar a una velocidad que dé respuestas sin dinamitar lo ya conseguido.
Como siempre lo hicimos y como lo vamos a volver a hacer: junto a nuestra gente.
La reciente aprobación de la Rendición de cuentas nos dejó enseñanzas muy interesantes. Lejos de referirme a aspectos cotidianos vinculados a la agenda del gobierno, en esta instancia centraré el análisis desde otra perspectiva, una que me preocupa más que cualquier discusión coyuntural.
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“Hoy tenemos más gente presa que nunca y nadie se siente más seguro, al contrario”, indicó la senadora Díaz.