«La educación como escalera de dignidad y justicia social» escribe Charles Carrera.

15 de octubre de 2025

Viajé de Rivera a Montevideo con la convicción de que la única manera de progresar era a través del estudio. Aún recuerdo el momento en que recibí la noticia de que me habían otorgado la beca del Fondo de Solidaridad. Venía desde el interior profundo con lo justo y sabía que sin ese apoyo económico iba a ser imposible sostener los años de carrera en Montevideo. 

Gracias a esa beca pude concentrarme en lo importante: estudiar, formarme y pensar en cómo devolver lo que el pueblo uruguayo me estaba dando. Sin esa herramienta, yo no estaría donde estoy hoy. Y por eso la defiendo con convicción, no solo desde las ideas, sino desde la experiencia.

Una herramienta para cambiar la sociedad

Al igual que yo, miles de uruguayos han encontrado en la educación la herramienta fundamental para progresar. Por eso, desde nuestra fuerza política, siempre hemos creído que invertir en educación es invertir en el futuro de nuestro país.

Hablar de educación y hablar de empleo es como hablar de las dos caras de una misma moneda. No hay posibilidad real de inserción laboral digna sin un nivel educativo acorde a los desafíos del mundo actual. Y esa formación debe ser continua, porque vivimos en un mundo cambiante y exigente, donde la inteligencia artificial y las nuevas tecnologías están modificando profundamente el mercado laboral. 

En América Latina, y también en Uruguay, enfrentamos una profunda crisis educativa. Miles de gurises llegan a cuarto o quinto de escuela sin comprensión lectora, se aburren en el liceo y abandonan porque no entienden lo que se les enseña. No podemos permitir que ningún chiquilín deje la escuela, no solo pierde su oportunidad, sino que gana el narcotráfico, que lo recluta por monedas. 

Para entender que todos los problemas están relacionados, debemos comprender también que la gran pelea contra el delito empieza en el aula. Por eso, cada gurí que mantenemos en el aula, cada niña que no abandona, es un triunfo enorme que debemos celebrarlo como tal.

Durante nuestro gobierno, y en particular bajo la presidencia de Pepe Mujica, dimos pasos firmes y concretos en esta dirección. Creamos la Universidad Tecnológica del Uruguay (UTEC), que llevó la educación terciaria a rincones del país que históricamente habían sido postergados: Rivera, Salto, Durazno, Colonia. No alcanza con hablar de descentralización: hay que concretarla, como ya lo hicimos.

Promovemos también la creación de la Universidad de la Educación (UNED), porque nuestras y nuestros docentes necesitan herramientas universitarias, formación de calidad. Y debemos fortalecer el sistema universitario nacional, hacerlo más equitativo, más complementario, más presente en todo el territorio.

Un compromiso por el futuro

La familia es una pieza en la educación de cualquier niño o niña. Cuando éramos gurises, en nuestras casas nos inculcaban el respeto, el valor del estudio, la importancia de ser buena gente. La escuela era el lugar donde nos enseñaban matemática, historia, ciencias. Esa división de roles, sencilla pero poderosa, funcionaba. Hoy, lamentablemente, esto se desdibujó en muchos hogares, no por falta de amor, sino por condiciones durísimas de vida, por la presión económica y la desintegración de los vínculos en contextos de desigualdad estructural.

En este escenario, los maestros y profesores tienen que cubrir vacíos que no les corresponden. Se transforman en contención emocional, en mediadores de conflictos que antes se resolvían en la casa. Y lo hacen con un compromiso admirable, pero también con un desgaste enorme. La educación necesita más que presupuesto: necesita comunidad, necesita redes que acompañen. Sin familia, sin barrios organizados, sin afecto que sostenga, la escuela queda sola.

Necesitamos padres, madres, abuelos, tías, vecinos, todos comprometidos con que un niño vaya a clase, que tenga un plato de comida, que sepa que alguien cree en él. 

Tenemos una tarea urgente: mejorar el nivel intelectual de nuestra población. Que los chiquilines vayan contentos a la clase, que no se aburran, que el docente los convoque, que aprendan a conversar, a preguntar, a debatir. Que entiendan que el aprendizaje no es un video de diez segundos en TikTok. Que crecer implica tiempo, esfuerzo, empatía.

Como frenteamplista, como universitario, como alguien que conoce las desigualdades de nuestra tierra adentro, siento desde dentro esta problemática. No hay igualdad sin una educación pública fuerte, gratuita, universal y comprometida con el pueblo.

Por eso, reafirmo mi compromiso con una educación al servicio de la gente. Porque cada peldaño que sube una niña en el interior profundo del país es una victoria de la democracia, cada joven que se convierte en profesional es una derrota a la exclusión. Ese es el Uruguay que queremos construir y no descansaremos hasta lograrlo.

Columna publicada en Montevideo Portal.

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