Un grave flagelo invadió a la sociedad uruguaya en estos últimos años y es la indiferencia. Escribe Graciela Barrera.
Vivimos tiempos vertiginosos, al ritmo que imponen las redes sociales, en una desesperada búsqueda de “likes” haciendo de la vida virtual el centro de nuestros desvelos. Mientras tanto, la realidad nos pasa por el costado y muchas veces ni nos damos cuenta de quien está a nuestro lado. La indiferencia es cosa de todos los días en este mundo loco y agitado que nos deshumaniza a pasos agigantados…
La noticia me impactó fuertemente, un hombre había fallecido en las puertas mismas del Hospital del Cerro tras permanecer no menos de dos días (algunos dicen más de tres), sentado sin que nadie reparara en su existencia. Según las crónicas de prensa el hombre estaba durmiendo y despertó sobresaltado pidiendo agua, cuando se la suministraron mostró dificultades para tomarla y se puso a temblar. Un vecino cruzó a dar aviso a la emergencia del hospital y cuando estos llegaron solo pudieron constatar su fallecimiento.
Así contado deja al desnudo un problema que se ha agravado notoriamente en este último lustro con las personas en situación de calle. Gente excluida, muchos de ellos con sus lazos familiares rotos o inexistentes, algunos con pesado prontuario delictivo, y otros tantos que acarrean sus adicciones o problemas de salud mental. Un combo perfecto de calamidades a las que el Estado debe dar respuesta y contención.
Pero…
La mirada del Estado (cuando llega), lo hace tarde y mal la mayoría de las veces, ocurriendo casos como el descrito con el agravante de una situación sanitaria que pudo y debió resolverse de otro modo. ¡Justo frente a un centro de salud!…
Sin embargo…
No siempre la culpa es del Estado, y aunque lo fuera, el Estado somos nosotros, los mismos que miramos para el costado o que naturalizamos la existencia de esas personas –tan iguales como nosotros frente a la ley- pero que tienen mutilados sus derechos por estar excluidos, a la intemperie y abandonados a su mala suerte…
Los mismos que nos horrorizamos y lamentamos la desgracia cuando ya es irreparable.
Un grave flagelo invadió a la sociedad uruguaya en estos últimos años y es la indiferencia, esa nefasta y cruel señora que esconde la mirada para salvar su conciencia, pero no evita que seamos tan culpables como el resto del colectivo.
¿Qué nos pasó? ¿Por qué nos hemos permitido llegar a este punto de increíble egoísmo que trae consigo otros problemas que podrían tener una solución en base a un poco de solidaridad y empatía por el prójimo?
La situación de calle implica abandono, y un régimen de vida indigno para quien la padece. Nadie tiene derecho a vivir en la intemperie, nadie; porque vivir en la calle no asegura otra cosa que la degradación de la persona que debe sobrevivir cada día sin las mínimas condiciones de habitabilidad y -muchos menos- de higiene.
Vivir en situación de calle implica –necesariamente- el ocupar espacios públicos o privados impidiendo su uso al resto de la gente, generando problemas de salubridad e higiene, junto con problemas de convivencia. Hay quienes intentan –generosamente- ayudar y dan auxilio, prolongando la situación de calle, y hasta consolidándola, lo cual lejos de solucionar empeora el problema. Y hay los que, lisa y llanamente rechazan tal ocupación y la denuncian, llevando a los involucrados a enfrentarse con la Policía. Ni uno ni otra opción logran ser la solución al problema de fondo. Mucho menos lo es la tercera opción, esa que aparece cuando nos gana la indiferencia y optamos por invisibilizarlos, haciendo de cuenta que no están y hasta intentamos olvidar que existen.
Pero… allí están.
Lamentablemente la población de personas en situación de calle ha tenido un crecimiento exponencial en estos últimos años. Basta recorrer las calles de cualquier ciudad del país para comprobarlo. Ya no se trata solo de un problema capitalino, mucho menos metropolitano. A lo largo y ancho del país se ha hecho notorio el incremento de personas en situación de vulnerabilidad social con todo lo que implica en materia de convivencia y salud.
Y ese incremento ha ido mellando la capacidad de asombro de los uruguayos al punto de haber naturalizado esas presencias y dejar que nos ganara la maldita indiferencia. Esa que mató a esa persona frente al Hospital del Cerro y mata a tantos otros sin que nos enteremos.
Hay un tremendo desafío por delante en el que no solo el Ministerio del Desarrollo Social –MIDES, deberá participar eficazmente sino toda la sociedad civil (la organizada y la de a pie), porque está en cada uno de nosotros el cambiar esta actitud e interesarnos por el que no tiene un techo, ni un plato de comida, ni un trabajo, o sobrelleva una adicción o una enfermedad estando en la calle.
Es hora de recuperar esa humanidad perdida que nos ha llevado por terrenos donde gana el individualismo sin reparar que somos seres gregarios y que la grey no avanza ni se desarrolla en plenitud si alguno de sus integrantes queda por el camino.
Es tiempo de derrotar a la indiferencia ocupándonos del que no tiene nada y necesita, aunque más no sea, un abrazo o un pequeño gesto que le permita recuperar la confianza perdida.
Pequeñas o grandes acciones que puedan disuadir o prevenir males mayores, y donde la indiferencia no tenga lugar.
Por eso es que, antes que nada, hay que estar atentos y presentes para evitar acontecimientos lastimosos como el que me impulsó a esta reflexión que quería compartir con ustedes.
No quiero que nadie más muera por indiferencia, porque de esos muertos somos nosotros los asesinos…
Graciela Barrera
23 de febrero de 2025
MPP – Espacio 609 – Frente Amplio
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