Nora Castro: «Para nosotros, gente de izquierda, lo fundamental es ser coherentes»

31 de marzo de 2019
Nora Castro

Segunda parte de lo que fue nuestra charla con la compañera Nora Castro, la primera mujer en presidir la Cámara de Representantes de Uruguay. En el marco del mes de la mujer, Nora nos visitó para conversar sobre lo que fue su experiencia asumiendo tal responsabilidad y a través de un repaso histórico, acompañado de una serie de reflexiones sobre el lugar de las mujeres en la política uruguaya, conocimos algunas de sus perspectivas en torno a lo que probablemente sea la más antigua forma de dominación.

Mi infancia transcurrió en una casa en el barrio La Aguada, a una cuadra y media del Palacio Legislativo. Era un barrio obrero, donde estaban la Fábrica de Alpargatas (que era una sucursal de una textil que operaba en toda América Latina), frigoríficos y demás. Un barrio de obreros calificados en general. En la manzana frente a mi casa, a la vuelta, había un garage chiquitito que era el Centro Caramella del Partido Socialista (ahí se juntaban generalmente los fines de semana) y en la esquina de mi casa también había un club de la Lista 14 del Partido Colorado, de César Batlle, uno de los mayores trogloditas de este país (director de El Día). Así que tenía surtido el panorama. Yo era muy chica, tendría 6 o 7 años, pero me habilitaban salir a jugar a la vereda. Y una miraba, veía si la gente iba para un lado o para el otro.

Ese conocimiento iba acompañado por el de las marchas de trabajadores y trabajadoras que llegaban al Palacio Legislativo a manifestarse como lo hacemos hoy en día, pero cuando salían las movilizaciones, sobre todo las de los textiles —que era una industria poderosa en ese momento del país—, pasaban por la puerta de mi casa. Y yo miraba con mucha curiosidad de niña, porque yo vengo de una casa con un padre marino-militar, muy reaccionario (muy culto, pero muy reaccionario) y que participó con responsabilidades durante el proceso, así que se imaginan. Pero yo observaba…

Y eso, más algunas cosas que se fueron dando en el proceso, hizo que un día me diera cuenta, en la preadolescencia —a los 11 años, lo tengo muy claro—, que empezara a cuestionarme las normas del hogar, las limitaciones para salir y demás. Y me di cuenta que si yo quería cambiar muchas cosas —y evidentemente quería—, si lo hacía sola, seguro que no avanzaba nada, pero que si me juntaba con otra había alguna posibilidad de que algo se aflojara… Muy concreto: para ir a la playa sola, que era una aventura, «¿sola? Ni lo pienses». Aunque sí me dejaban ir sola y tomar el ómnibus para ir a estudiar inglés, a la playa no. Mostrar el cuerpo, no. Pero si iba con una amiga sí. Todo se fue dando con mucha naturalidad y además con la influencia de lo que yo veía pasar: procesos importantes. Por ejemplo, en el 58 toda la lucha por la Ley Orgánica. Yo estaba en la escuela y mi hermana en sexto, para pasar a primer año de liceo, y entonces ahí en mi casa, que quedaba muy cerca del liceo, venían los estudiantes y pintaban carteles, y juntábamos arroz para llevarle a los ocupantes de las facultades. De alguna manera fui construyendo todo eso y en barra aumentan las posibilidades de alcanzar los objetivos.

Después yo tenía la posibilidad no solo de leer, sino de escuchar muchas conversaciones, como las charlas de mi madre, que ella era militante de izquierda. Después entré al liceo y en seguida empecé a militar desde el primer año, con una muy rudimentaria estructura que había en el Liceo Miranda en aquella época. Ahí, en el gremio estudiantil, se acentuaba la discriminación por género y por edades. Nunca me voy a olvidar: yo participaba en ese gremio porque teníamos un mecanismo de elección de delegados por clase y cada «X» tiempo o ante situaciones sorpresivas, que convulsionaban, se reunía esa asamblea de delegados de todas las clases. No fue una ni dos, fueron varias veces en las que el dirigente —que obviamente era un varón y que era bastante más grande, tenía 18 años—, me echaba de la asamblea. Ni siquiera sentía la necesidad de explicar el porqué. A mi me decían «andate que estás molestando» y aunque yo trataba de no irme, me acompañaban hasta la puerta. Y yo me preguntaba por qué sería así. Ese era el proceso, por eso creo que hay mucha gente, insisto, que no es consciente de este sistema, de este modelo discriminador que «es cuestión de las locas».

Porque eso se dice, así como también sucede con la conversación de las mujeres en el habla española: «hablan como locas». Esto tiene fundamento desde el punto de vista del uso de la lengua. En la lengua de uso cotidiano los varones hablan por turno, las mujeres podemos hablar superponiendo la intervención y entendernos. Es una condición asociada al género, como dicen los lingüistas del país. Cuando las mujeres hablamos de esa forma, estamos rompiendo lo que es la regla, que es el turno, y por eso somos «locas».

Bueno, primero parto de la base de algo que parece muy obvio, pero creo que también lo ideológico prima por sobre todas las cosas. Y toda lengua vive en un proceso. La lengua es una cosa viva que está en un permanente proceso de transformación, no solamente por la incorporación de nuevos vocablos, sino por otros procesos. Y esos procesos tienen que ver nada más ni nada menos que con la vida de hombres y mujeres en determinadas sociedades, en determinados momentos.

Por eso hasta la grafía de la lengua escrita cambia de época en época. Artigas y los artiguistas escribían de una manera, hoy escribimos de otra, hasta con maquinitas… Es algo vivo, en permanente transformación, y lo que está haciendo el FA hoy en día, transcurridas estas —prácticamente— dos décadas del siglo XXI, seguramente no se lo planteaban ni como problema ni como una alternativa, históricamente hablando y en temas tan cercanos como los de la década del 50 o el 60, al nivel en el que nos los estamos planteando ahora. Eso implica el reconocimiento de esta forma tan antigua de la dominación y que tanto cuesta transformar.

Hay un reconocimiento y es una forma de mostrar también que allí hay una contradicción y que intentamos salvar. Ahora, que el Partido Nacional se oponga a esto, que tengamos la diatribas de la derecha por radio y televisión, con las agresiones permanentes en este sentido, me sorprendería que no fuera de otra manera…. hay coherencia. Y bueno, lo que creo que es fundamental para nosotros, gente de izquierda, varones y mujeres de izquierda y de las edades que tengamos, es ser coherentes. Creo que la coherencia no es patrimonio de la izquierda, pero si un militante de izquierda no es coherente y no se lo plantea como el primer problema que tiene cuando se despierta cada mañana, intentar seguir construyendo coherencia, no solo entre lo que pensas y decís, sino con lo que haces. La derecha es coherente, lo que pasa es que la puntería de ellos no tiene nada que ver con la nuestra, al contrario, en este caso, están para restaurar la vieja forma de dominación político-partidaria, porque ellos han conservado el poder a pesar de estos 15 años de gobierno frenteamplista, lo que han perdido, es simplemente el gobierno. Claro, está un trabajo que creo que la gente de izquierda lo tiene claro, el sentido de lo que antes —ahora está en desuso hablar de eso— nos preocupábamos, y algunos y algunas nos seguimos preocupando, que es la construcción del poder popular. De eso sí, que es un proceso que se mantiene, un grupo de militantes que intentamos ser coherentes.

El otro día en la marcha [del 8 de marzo], que aunque por mi discapacidad no puedo marchar, pero voy y me siento en la Plaza Libertad (no me voy a quedar en mi casa), observé que la edad promedio bajó tremendamente. Y era una cosa bien interesante, porque la marcha tenía como dos grandes partes: toda la Intersocial Feminista y las compañeras de la coordinación, y después venía la segunda parte, que era el movimiento sindical. Cuando empezaron a aparecer las compañeras y los compañeros segundo grupo la edad subió.

Estamos ante un movimiento social, el movimiento que expresa los distintos feminismos en donde, en un país como el nuestro, con tan poca población y tan envejecida, las mujeres jóvenes se plegaron masivamente. Y es un fenómeno bien interesante el que está sucediendo.

El lenguaje, sí, otra de las culpas que tiene y de la que somos responsables tanto en forma colectiva como individual, es que el lenguaje construye realidades. Construye la realidad en el mundo de lo privado, del «hogar sagrado e inviolable» (pero que te lo hacen pelota todo el día), en ese ámbito «que está reservado para la mujer», y en el ámbito de lo público, que está reservado para el varón y que, en realidad, se encargó de la funciones y las tareas importantes. Ya en el origen… cosas de este bicho que a mi me hacen pensar.

Primero que hay que tener consciencia de que uno no es para ser después. ¿Y qué quiero decir con esto tan complicado? Yo mucho tiempo seguí —y a cuánta gente le habré embromado la vida como maestra— reproduciendo ese discurso de que tenés que bancarte lo que sea ahora por el bien de tu futuro… pero la pucha… estoy diciendo que te jorobes ahora porque mañana va a ser divino y que va a caer maná del cielo si vos ahora te jorobás bien jorobado…

Primera cosa: no acepten eso. Ya han demostrado que no lo aceptan y que no hay que volver a aceptarlo. Segundo, y acá prendo un poco el proyector —no solo de cuando era adolescente, sino ahora que soy una vieja—, para recordarles que cuando uno se amucha aumentan las probabilidades de alcanzar los objetivos.

Hoy hablamos de la sororidad y bueno, aunque en términos más ajustados, esto de la sororidad y la solidaridad, no solamente entre mujeres, sino la solidaridad presente en todo momento, me parece que es una oportunidad —que tenemos todas las mujeres y ojalá los varones abran sus cabezas para poder entender este proceso, porque también los beneficia a ellos como todo proceso de liberación— para que entiendan las compañeras que esa búsqueda de la coherencia, de la pelea, en la lucha, es de todos los días y de todas las horas.

Benedetti tiene un poema hablando de la vida desde la izquierda y desde esa vereda dice Mario «(…) sí, pero cada tanto se nos asoman las colas de las lagartijas», bueno, lo que le digo a esta muchachada de mujeres que está saliendo con tanta fuerza es que se fije, porque al más pintado, a la más formada, también le aparecen las colas de las lagartijas. Y hay que darles un manotón fuerte, por eso a veces —o casi siempre— necesitamos la ayuda.

Quizá lo último que le diría a estas muchachas, junto con algo positivo que vi este 8 de marzo y que ya había visto en la marcha del año pasado, es que me parece que a la izquierda uruguaya le está volviendo a alcanzar la alegría. Militar sin alegría es jodido y, además, te saca fuerzas. Lo que yo vi en esas muchachas fue la alegría, con mucha independencia cada una, porque florecieron los carteles individuales expresando en consignas muy diversas. La alegría se expresaba entre todas las muchachas.

Me parece que ese es un muy buen camino, siempre que en ese proceso de los feminismos, que están cruzando nuestra tierra, se tenga en cuenta que esa es una de las formas de dominación. La dominación de clase no se terminó, sigue estando ahí, vivita y corriendo. Porque ser negra, pobre y además, en este caso, mujer… está embromado.

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