Fue el domingo 29 de noviembre de 2009, el balotaje entre el Pepe y Lacalle, esa noche apenas pude pegar un ojo. Nos habíamos quedado hasta tarde conversando con mi padre de las elecciones en las que le tocó participar luego de la recuperación democrática, al otro día, a las 7 ya estábamos en pie y rumbo al local para el traslado de votantes y delegados circuitales.
Sabíamos que las probabilidades estaban a nuestro favor, pero no había margen para el error: teníamos que obtener la mayor votación en la historia hacia un candidato frenteamplista. Habíamos planificado el trabajo para ese día con mucha anticipación, intentando no dejar ningún detalle librado al azar.
Las horas iban pasando, todavía no aparecían los primeros «Boca de urna», pero no importaba porque las listas seguían saliendo para reponer en los circuitos donde votar y la gente se aparecía por el local con banderas frenteamplistas para que los arrimáramos a sus respectivos lugares de votación. Todo estaba saliendo muy bien, los imprevistos los íbamos resolviendo con algún que otro nervio encima, pero sabiendo que contábamos con muchas compañeras y compañeros a las órdenes para salir disparando a cubrir los huecos.
Se hicieron las 6 de la tarde y todavía no había comido, estaba a mate limpio y con la panza crujiendo. Reviso la billetera para ver si tenía unos mangos para poder comprarme alguna cosa que engañara al estómago, y lo primero que veo es la credencial…pegué un salto: «tengo que ir a votar».
Ni la planificación más metódica y meticulosa te salvan de estas distracciones.
Esperé que llegara algún compañero, llegó mi tío Abel y me trepé al auto. El también se había olvidado de votar. Antes de salir, un llamado de último momento nos puso en viaje hacia Barrio Artigas antes de pasar por mi circuito, era Carloncho que se había quedado sin listas en la Escuela Nº14.
«No le voy a contar, no le voy a contar», repetía. Sabía que me iba a tomar el pelo. No pude resistir ni el primer «¿qué hacés acá?», que le dije que tenía que votar. Hasta el día de hoy me recuerda ese despiste que nos pudo haber costado un voto.
Llegamos con tiempo de sobra y con la ventaja de no tener que hacer cola porque ya hacía un rato que el movimiento había disminuído, votamos los 2 en la Escuela 105 de la Zona Este y nos volvimos al local a esperar los resultados, que no demorarían en aparecer. Después me enteré que habíamos sido los 2 últimos votos de nuestro circuito.
Hablaban de 53 % y 55 %, la alegría de contribuir con mi primer voto a la segunda victoria nacional del Frente Amplio me duró unos cuantos días y para las próximas elecciones aprendí que tenía que votar temprano para después no tener que andar a las corridas.
Manuela Mutti
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