Nora Castro: «En cualquier lugar donde se pueda dar esta batalla, hay que darla: sino sos cómplice»

30 de marzo de 2019

La compañera Nora Castro fue la primera mujer en presidir la Cámara de Representantes de Uruguay y, en el marco del mes de la mujer, nos visitó para conversar sobre lo que fue su experiencia asumiendo esa responsabilidad. A través de un repaso histórico y una serie de reflexiones sobre el lugar de las mujeres en la política uruguaya, conocimos algunas de sus perspectivas en torno a lo que probablemente sea la más antigua forma de dominación. A continuación, la primera parte de lo que fue nuestro encuentro.

Yo he sido militante prácticamente toda mi vida. Arranqué siendo militante estudiantil en la época que cursaba secundaria y lo seguí siendo cuando entré al instituto normal, al IPA, etc. También fui militante barrial, más ligado a los años previos a la dictadura, en la época del pachecato, y esa fue una etapa en la que había muy poca gente militando a nivel estudiantil.  Esa es una etapa en la que por la condición de mujer, las que militábamos —adolescentes en aquél momento— vivíamos la discriminación que venía del lado de la broma, de las bromas pesadas.

De hecho, si miras el listado de la gente que se movía en la Federación de Estudiantes de Secundaria en aquella época y luego en los movimientos estudiantiles, las mujeres éramos muy pocas y creo que, en ese nivel, la mayor responsabilidad de la institución que se nos podía dar era que lleváramos alguna secretaria, porque tenemos fama de «ordenadas» las mujeres… de que podemos hacer esas tareas. O cobrar, las tareas de finanzas también.

Pero eso no ha variado mucho dentro de la militancia: si una mira los comité de base, son compañeras las que se encargan de las tareas de finanzas. Después el presidente del Comité General es un varón y de ahí para arriba en toda las estructuras se reproducen mucho todos estos problemas de dominación del varón sobre la mujer y sobre sus derechos, que sí, atraviesa prácticamente toda la historia.

De hecho, por ejemplo, el otro día escuchaba a Rita Segato hablar sobre recientes estudios y descubrimientos que estaban haciendo unos antropólogos, quienes llegaron a la conclusión de que en la prehistoria también hubo discriminación de género y sometimiento. Lo cual es bastante interesante, porque tendemos a ligarlo al surgimiento e implantación de la propiedad privada con los pueblos asentándose, etc., pero esto es bien interesante. En realidad eso se fue repitiendo además por mi oficio, mi profesión, yo soy maestra y educadora (porque he seguido otras formaciones) y allí claramente es un calco. Si tuviera que tomar un ejemplo para explicarlo, tendría que ir a las dos tareas que se consideran «naturales» de las mujeres en tanto son casi una extensión de las tareas de lo privado, del hogar.

Entonces yo digo que uno tendría que tomar la Salud, los sindicatos (y en el caso de los sindicatos de las trabajadoras de la educación), y allí, desde siempre, la inmensa mayoría son mujeres (creo que hoy a nivel de educación primaria el 85 % son mujeres y que después en secundaria varía un poquito, pero siempre hay mujeres en porcentajes muy grandes). Sin embargo, en la organización sindical —hasta antes de la dictadura (por tomar periodos más recientes)—, la dirección del sindicato, tanto a nivel nacional como departamental, siempre la ocuparon los varones. Entonces, cuando uno habla dentro de las distintas corrientes (incluso de los feminismos), pero habla con gente que no está al tanto, siempre tiro este ejemplo y pregunto por qué será… ¿serán tan tontas las mujeres? ¿Qué les pasa?

Retomando la situación, pero considerando lo que pasaba durante la dictadura: cuando el enemigo viene no pregunta si sos hombre o si sos mujer. Pero si el enemigo está llevando su accionar adelante por medio de un varón, muy probablemente haya más violencia, hay cierto agravamiento, porque la violencia física que es utilizada, muchas veces va acompañada de una violencia psicológica, verbal, etc., que se hace particularmente más difícil sobre la mujer. Durante la dictadura, bueno, hubo resistencia y cada uno estuvo donde estuvo, pero a la salida de la se da un fenómeno curioso: a nivel de magisterio, en la recomposición de las direcciones de magisterio, empiezan a aparecer más mujeres y además mujeres en lugares de responsabilidad.

Cuando se junta el PIT con la vieja CNT, reconstituida y demás, la primera mujer que ocupa el lugar en el secretariado ejecutivo del PIT-CNT es la presidenta de la Federación Uruguaya de Magisterio y es una mujer (Mabel Pizarro). Ahí creo que de alguna manera hubo un cimbronazo para muchos compañeros y compañeras: ver la discriminación a nivel político y también en las fuerzas de izquierda, en sus distintas vertientes, en sus distintas expresiones, pero luego del 71, con la formación del Frente en adelante, también se reproducen estos criterios.  Entonces, en el 2005, cuando se da el gran giro, el Frente introduce otro elemento rupturista, en este caso porque la fuerza mayoritaria era el MPP (al que yo pertenecía en ese momento) y se propone para la presidencia una mujer…

Y así, por ejemplo, a nivel de prensa se hablaba de la primera mujer y las eternas discusiones, como las del lenguaje, acerca de si el lenguaje tiene que ser inclusivo o no. Incluso dentro de los propios diputados, me acuerdo de Trobo [Jaime] sosteniendo que «no me iba a decir presidenta porque esa palabra no existía: era presidente» (que era hasta gracioso) y ese fue un segundo elemento rupturista, valorado de muy distintas maneras.

«Aún hay mucha gente que no es consciente de esta forma de dominación, quizá la más vieja en la historia de la humanidad…»

¿Si en lo personal registré los efectos de esta discriminación? Es importante tener en cuenta que así como hoy tenemos claro que no hay un solo feminismo, sino que hay varios, también debemos entender que están en un proceso de construcción. Nadie les puede sacar una fotografía como si fuera el todo esférico de Parménides. No, eso no es el feminismo. Los feminismos no solamente son diversos, sino que están en constante transformación. Y una de las pocas cosas buenas que tiene ser vieja es que una puede detectar en sí misma el proceso que tuvo que hacer para descubrir que en realidad sí, había y existía toda esa discriminación.

A nivel político partidario, se expresaba a quienes se les adjudicaban las responsabilidades, pero hay otro proceso que es personal. Yo llegué a descubrir que había incorporado lenguaje y que, de alguna manera, mi discurso oral se había masculinizado. Cuando descubrí eso, me dio mucha bronca conmigo porque no me había dado cuenta antes. De hecho, estaba reproduciendo, reforzando y ratificando una cosa que yo no compartía y que por otros medios intentaba combatir. Digo esto porque pienso que hoy, en el siglo XXI, hay muchas personas —no solo mujeres, porque en ese sentido soy optimista y sé que si este muro no lo pegamos con ambas manos, entre varones y mujeres, va a costar mucho más—, que aún no es consciente de los efectos de la discriminación de este tipo que nace, obviamente, de una forma de dominación. Quizá la más vieja de la historia de la humanidad… Una se va dando cuenta y lo va constatando, haciendo los esfuerzos, para cambiar esa realidad.

«Dar la batalla complementaria contra los pequeños detalles que dejan ver esa discriminación»

A nivel de esta responsabilidad (asumir la presidencia de la Cámara de Representantes), hay un proceso —que muy pocas veces se cuenta— que es cuando terminaba el período de los gobiernos tradicionales y empezaba uno nuevo. El 15 de febrero empezaba la legislatura que le correspondía al FA por haber ganado las elecciones y desde que en el 2004 terminó de sesionar la cámara, se abre un período y se hacen trabajos administrativos. El cambio, para entonces, era muy importante. Nosotros lo percibíamos así, una ruptura, una especie de que no se sabía qué hecatombe iba a llegar acá, y hubo un pequeño subgrupo de entre 15 y 17 compañeros y compañeras, pero mayoritariamente mujeres (y esto lo quiero señalar), que fuimos tejiendo esas cosas. Entre estas, por ejemplo, había que dialogar con el jefe del batallón para pasar revista, tocar la marcha que correspondía y demás…todas cosas de las cuales ninguno de nosotros sabía nada.

Y cuento esto para ver como simultáneamente estaba planteada esa lucha política fuerte, que además se constataba con un larguísimo proceso de acumulación a nivel popular. Recuerdo el diálogo con el jefe de batallón, a quien le solicito que me diga cuáles son las marchas que reglamentariamente se tienen que usar para pasar revista. Entonces, el señor responde que el asunto no está reglamentado.

Le digo «bueno, por favor proporcióneme las que se usan con más frecuencia y marque cuál piensa usted que es la mejor para esta oportunidad». A vuelta de respuesta, me envían un listado simple con los nombres de las marchas y la sugerida. Entonces —mínimos resortes que a una le saltan casi que instintivamente— cuando escucho la sugerida, era la marcha de las Conjuntas. Esto no está relacionado directamente con el feminismo, pero se lo emparenta con mecanismos de opresión. A mi realmente me molestó mucho, como al equipo de trabajo, a todas y todos.

Lo primero que se me ocurrió fue recurrir a Azucena Berrutti, ministra de Defensa para el período. Le conté lo que me pasó y le pedí una mano. Ella me dijo que me quedara tranquila que pronto nos iba a llamar. Poco después, me llama y me dice: «¿sabes qué? Tengo la solución. Encontré la primera y única marcha militar que escribió una mujer en el Uruguay, a principios del siglo XX». «Mandamela ya» le dije, porque con esa estábamos dando una especie de batalla complementaria.

Y como esta tengo muchas anécdotas más… porque el parlamento, como el Poder Ejecutivo en este país, siguen siendo ámbitos e instituciones altamente masculinizadas, con expresiones muy claras de discriminación.

Hay muchos fenómenos que evidencian esta presión de género, el propio Palacio Legislativo, por ejemplo, no fue diseñado para que hubiera legisladoras mujeres, por lo tanto no había baño para ellas. ¿Qué hacía Alba Roballo? Cuando quería ir al baño, tenía que pedirle a sus secretarios que entraran, avisaran que ella tenía que pasar y luego quedarse en la puerta mientras lo utilizaba.

Estos son pequeños detalles que dejan ver esa discriminación existente en los términos de lo cotidiano, algo que yo encontraba tanto dentro de la propia fuerza como en los sindicatos: que la mujer siempre tiene que estar mostrando el doble (o el triple) de lo que se espera —en el sentido de lo que se espera socialmente— y siempre con acreditaciones, con ese sentimiento de que una está a prueba, todos los días y a toda hora.

Y no solamente desde el punto de vista de la acreditación, sino en todo sentido: si una va a firmar o a proponer algo, se está esperando una fundamentación rigurosa. Y parece que el rigor es patrimonio masculino en la historia de la humanidad, que la mujer no puede fundamentar y demostrar algo.

Todas esas cosas las he vivido y las he visto. En las reuniones los comentarios abundaban y una de las cosas más leves era que nos miraran con unas caras pensativas, como queriéndonos decir «¿y esta mina va a poder?»… no se pudo del todo porque todavía no hemos llegado a tener el poder, solo estamos en lugares de gobierno y falta mucho todavía, aún queda mucho camino para trillar.

Creo que el propio MPP ha evolucionado en este sentido, ha cambiado. Actualmente no tengo contacto con el MLN, ni con muchas de las compañeras y compañeros con las que en su momento estábamos también en el MPP, por lo que desconozco qué posición tienen ahora, pero el MPP ha cambiado. El mero hecho de que exista y funcione activamente un frente que se llame Violeta Setelich, conociendo lo que fue Violeta en cuanto al sentido de sus aportes y el ser pensante, haciente y sintiente del peso como fue, ya nos dice mucho.

Mientras estuve en el MPP no se planteaba la necesidad de tener un frente de mujeres, pero como es una organización política de izquierda que está en esta en sociedad —como en las del mundo, donde se ha venido cambiando y donde estamos viviendo la cuarta ola de los feminismos, con esa pluralidad—, sí conversábamos entre nosotras y nos planteábamos algunas de las cosas que vivíamos. Y creo que lo que teníamos era una reacción contra autocalificarnos como feministas, porque por aquel tiempo predominaba una línea del feminismo que era tan reduccionista como pensar que todos los problemas de la condición de la humanidad estaban basadas en una especie de contradicción de género. Bastante disparatada esta versión, pero como maestra, en mi sindicato conviví con compañeras que no tenían exactamente esa visión y eso también te permitía abrir la cabeza.

Creo que lo que se intentó en ese momento, y lo luego lo veo ratificado con Ivonne y con la compañera Bottino [Cecila], es que se da otra batalla. Es otro de los frentes contra la dominación. Cuando las y los feministas hablan de lo interseccional, es porque justamente estamos viviendo en esta etapa del capitalismo globalizado, con todas sus connotaciones, que nos atraviesan y que han atravesado más de un modo de producción, nos atraviesan esas hijas de la dominación y de la opresión. Y cuando los pueblos han avanzado en sus luchas, cuando se ha avanzado a nivel institucional, por ejemplo en América Latina con los países del llamado «Ciclo Progresista», ha sido en todos lados igual: no ha habido un solo avance en este campo, a nivel institucional y gubernamental, sin que ello se deba a una fuertísima movilización social. Así fue en todos lados, y estos movimientos han tenido mayor o menor suerte, podemos traer el caso actual del asesinato de Berta Cáceres, dirigente popular con una concepción muy clara, con una línea que comparto y con la que claramente coincidiríamos con sus planteos.

Creo que la propuesta fue concebida, y evidentemente así se mantiene, desde esa perspectiva: de las múltiples dimensiones de la dominación y la opresión, de la batalla permanente que hay que dar, porque en cualquier lugar en donde se pueda dar esa batalla, hay que darla: sino sos cómplice.

Dentro del Frente Amplio también se dio otra discusión a nivel social, que es el tema de las cuotas. Yo cambié mi manera de pensar. Al principio de este siglo pensaba como mayoritariamente se pensaba en el MPP, que no era necesario establecer una cuota para que las compañeras pudieran participar.

La corriente que llevó —desde mucho tiempo antes que empezara este siglo— el planteo de la cuota y así lo resolvieron fueron los compañeros del Partido Socialista y me dirán «a los compañeros no les dio esa promoción tan visible de las compañeras mujeres, salvo en el caso de Mónica a nivel de la estructura del Frente Amplio». Pero este otro camino que se siguió (no conozco actualmente cuál es la posición del MPP), evidentemente se pudo concretar. Hoy ya en tres oportunidades.

Y he cambiado porque creo que a la interna de cualquiera de los ámbitos en los que una esté, se debe promover la representación tanto de varones como mujeres, pero a veces es necesario establecer algún tipo de condicionamiento, como el uno cada tres a nivel parlamentario. Actualmente yo pertenezco a una organización —que es el Frente en Movimiento— donde la paridad surgió naturalmente y no hubo necesidad de establecerla. Y sé que en otras organizaciones y otros ámbitos también surge naturalmente.

Quizá en ello sea una variable bien significativa el tema de las edades. Evidentemente, lo que puede estar viviendo y visualizando hoy una botija con 14 años, cuando yo tenía 14 años no los tenía en la cabeza, porque la dominación era tan lisa y llana que ni siquiera me lo planteaba. Hoy hemos avanzado en eso, en hacer visibles determinados temas como problemas. Como el tema de ser consciente de que uno es parte de la naturaleza… mirá si a mi, en plena adolescencia se me iba a ocurrir que yo tengo algo que ver con la naturaleza, nunca habría encarado esa totalidad y que esa disolución, ese extrañamiento de la naturaleza que tenemos cuando nos adjudicamos el derecho sagrado y sacrosanto de hacer uso y abuso de la misma… cero cuestionamiento. Todo pasaba por tener experiencia. Hoy una gurisa de 14, 12 o de mucho menos, felizmente, tiene todo esto clarito, pero se encuentra con un sistema que le dice «muy bien, ah, cómo sabe la nena, sí sí. Pero esta valla no la cruzamos».

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