El problema de fondo radica en que no hay cambios posibles en la educación si no es de la mano de grandes acuerdos nacionales.
Hace unas semanas la Administración Nacional de Educación Pública (ANEP) presentó el Plan para la Educación Media Superior, una versión preliminar sujeta a aprobación definitiva, como indica su título. Debemos destacar la coherencia de las autoridades de la educación, ya que nuevamente nos encontramos ante el mismo accionar que han demostrado a lo largo de todo este proceso y que los ha llevado a crear una reforma en soledad.
No es el Frente Amplio que ha puesto el palo en la rueda, no se trata tampoco de los sindicatos de la educación que no quieren cambiar, o la ausencia sintomática del campo académico nacional; las propias autoridades nacionales se deslindan de la misma.
La Rendición de Cuentas, que se encuentra en tratamiento en el Parlamento, llegó desde el Poder Ejecutivo con cero peso asignado para ANEP. Las autoridades solicitan 60 millones de dólares, en su mayoría para la transformación educativa, pero el Poder Ejecutivo no le otorga nada. En la Cámara de Diputados se logró reasignar 6 millones de dólares, el 10% de lo solicitado, que tampoco es incremento de rubros. Es dinero de ANEP destinado a infraestructura que se le permite gastar en la reforma. Todo parece indicar que hasta el propio gobierno central le soltó la mano a la reforma y a sus autores intelectuales.
Las diferencias internas son ostensibles. El consejero por el Partido Nacional, Juan Gabito, tomó licencia por sus discrepancias ante la forma de conducción de Robert Silva. Vuelto a su cargo, expresó en La Diaria: “Tengo una asignatura que se llama Robótica, pero ¿dónde están los profesores de Robótica?”. También señaló la falta de coherencia ante la eliminación de la asignatura Economía cuando fue esta misma administración la que creó la carrera en el INET. Y además expresó que “le gustaría estar seguro de poder bajar a tierra [la transformación]”¹. Esa pregunta se la hacen los docentes a diario.
En la misma línea se manifestó la subsecretaria de Educación y Cultura, Ana Ribeiro, consultada sobre si había participado en la reforma educativa. “La reforma era un proyecto de muy larga data de Pablo da Silveira, es su reforma y la está llevando adelante junto con Robert Silva. No tuve participación y no tengo nada que decir sobre esto”².
Dejemos de lado por un momento que se trata de una de las historiadoras más reconocidas de nuestro país, con una enorme trayectoria en la educación pública y privada, y una personalidad de inocultable inteligencia. El comentario, realizado en el marco de una entrevista más extensa, deja en evidencia un hecho político de primer orden: nadie apoya esta transformación educativa y las autoridades se encargaron de expulsar a cualquiera que no comulgue con su pensamiento único.
El ministro de Educación ha sido claro desde su asunción en el cargo: los docentes son parte del problema y no de la solución del sistema educativo. Hace unos días expresó: “Una parte muy importante de nuestros docentes no pueden leer un texto simple y entenderlo. Pretender que puedan entender un texto filosófico, que por definición son textos muy complicados, es un poco raro”³. Recientemente, se excusó diciendo que se refería a los estudiantes de Formación Docente y no a aquellos que se encuentran dictando clases. Más allá de la aclaración, lo que queda en evidencia es la consideración que el ministro Da Silveira tiene para con quiénes están diariamente en las aulas y explica por qué las transformaciones se han realizado de espaldas a los docentes.
El problema de fondo radica en que no hay cambios posibles en la educación si no es de la mano de grandes acuerdos nacionales en materia política y social. Podemos levantar esta bandera porque participamos activamente de los acuerdos inter partidarios en 2010 y 2012: de ellos, por ejemplo, surgió la Universidad Tecnológica.
Y los cambios que hoy se están ejecutando, ni son profundos ni son duraderos. No son profundos porque no hay una apropiación por parte del cuerpo docente, porque no se trabajó en construir consensos ni tampoco se tomaron el trabajo de intentar convencer a los docentes de la necesidad de cambiar una serie de metodologías o formas de trabajo que aún están en debate en el mundo entero. Tampoco serán duraderos porque no se puede pretender cambiar 20 años de trabajo de aula con un curso virtual de treinta horas.
La participación molesta. Lleva tiempo convencer con argumentos y también implica dejar de lado parte del poder de decisión, y este es el nudo que el gobierno no ha podido resolver, porque el único argumento que ha puesto sobre la mesa para decir que estos son los cambios que hay que hacer y no otros, es su condición de gobernantes. Y en educación no alcanza con el principio de autoridad; hay que convencer para cambiar las prácticas y las culturas institucionales.
Este camino no se quiso recorrer. Se obviaron todos los ámbitos de participación docente y estudiantil, se dejó de lado el Congreso de Educación, se eliminaron los Concejos de Primaria, Secundaria y UTU y con ella la representación docente, se convocó tarde y mal a las ATD y los mecanismos de consulta fueron laxos, informales, desperdigados y sin devolución. Es difícil participar si no sabemos en qué va a terminar lo que se pone en discusión, si va a ser teniendo en cuenta o si solo se trata de un formalismo (como se ha hecho con las ATD).
¡Quizás por ello no han podido explicar por qué un estudiante de educación media no va a trabajar sobre la geografía de Uruguay! Tampoco han logrado explicar cómo nuestros jóvenes van a estar mejor preparados para la vida eliminando economía y poniendo educación financiera (como si privarnos de una mirada general no influyera sobre las decisiones financieras de carácter individual); sobre la importancia de la filosofía, sus ramas subsidiarias como la epistemología o argumentación; lo que ocurre con astronomía, que pasa de ser una asignatura obligatoria para incrementar la lista de materias optativas; o la reducción de horas de educación física.
Como ha sido notorio en este período, las vías de conocimiento de la reforma han sido siempre a través de los medios de comunicación con borradores filtrados. El apuro electoral por llegar a la campaña con algo para mostrar ha sido evidente. Lamentablemente, para los intereses de los estudiantes, mientras la transformación educativa era la que había logrado bajar la repetición no fue la responsable de empeorar los aprendizajes.
Ahogados en una mirada instrumental de la educación, convencidos que no tienen que formar en nada para que el mercado resuelva esos baches, la reforma adolece de una mirada de formación integral en materia de ciudadanía y pensamiento científico. La directora sectorial de Planificación Educativa del Codicen, Adriana Aristimuño, fue explícita al respecto del eje de los cambios que se persiguen: “Muchas personas que vienen del mundo productivo nos decían, no los formen demasiado en nada, fórmenlos en cosas generales que nosotros luego en el mundo del trabajo los vamos moldeando… realmente impone…”4. El objetivo de la transformación es manifiesto.
Las autoridades de la educación se ven solos defendiendo una transformación que se sustentó sobre la peor forma de cambiar una Ley de Educación como lo es un mecanismo de urgencia; sobre la base de una disminución en el presupuesto educativo; promoviendo denuncias contra docentes y autoridades. No se puede esperar otro resultado que el que estamos observando.
1. La Diaria. 01/09/2023. Pág. 10.
2. Semanario Búsqueda. 31/08/2023. Pág. 39.
3. Declaraciones del Ministro de Educación y Cultura, Pablo Da Silveira. 30/08/2023.
4. En Perspectiva. 15/08/2023.
Publicado en Montevideo Portal el jueves 21 de setiembre.
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